“Es que no voy para allá, joven…”
―Cualquier taxista en cualquier momento, no importa cuando leas esto.
A principio del siglo XIX en Inglaterra comenzó un movimiento, que rayaba en la insurrección popular al que se le dio el nombre de “Ludita” debido a que, en teoría, su iniciador fue un individuo de nombre Ted Ludd (al que los historiadores siguen sin poder ubicar).
Eran épocas de la revolución industrial y fue en esos entonces cuando se inventó el primer telar automatizado con el cual era posible producir una gran cantidad de tela con muy pocos empleados mismos que no tenían que tener la preparación de los tejedores tradicionales.
El sueño húmedo de cualquier capitalista: más producción con un menor costo y un mínimo de mano de obra.
Los que se llevaron la peor tajada, por supuesto, fueron los maestros tejedores que comenzaron a ver cómo eran sustituidos por máquinas. Ese desempleo generó un gran descontento que se transformó en el movimiento ludita; gente especializada que se encontró, de repente, sin trabajo.
Los luditas formaron ejércitos que recorrieron Inglaterra para atacar las fábricas y destruir los telares. El movimiento tuvo que ser contrarrestado con el propio ejército y hubo un momento en el que había más soldados peleando contra los luditas que contra las tropas de francesas. Estamos hablando de la época de las Guerras Napoleónicas.
¿A quién les recuerdan esos luditas?
Por supuesto que fue terrible lo que les ocurrió, sin embargo, no fue ni la primera ni la última vez que algo así pasaba.
Los luditas sufrieron pero, a largo plazo, la tela se hizo más barata, por consiguiente la ropa. En los años posteriores el vestido dejó de ser algo caro para transformarse en un artículo de consumo.
La gente que antes tenía que hacer su propia ropa, o trabajar mucho para adquirir una prenda, pudo comenzar a vestir de forma más barata y variada.
Unos cuantos son afectados por algo que termina beneficiando al resto.
Por supuesto que es muy fácil decir: “Claro, tu no eres taxista y tu no sufres de la disminución de tus ingresos por culpa de los malvados extranjeros”.
No, no soy taxista, sin embargo hace varios años yo trabajaba en una revista y ¿qué creen? Una cosa llamada Internet le puso en la torre al mercado de los medios impresos. Mientras unos murieron, otros emigraron a lo digital. Hoy sólo sobreviven unas cuantas revistas (en comparación con el mismo mercado 20 años antes).
¿Cuál fue la respuesta de los que trabajábamos en esa industria?
Todos los redactores, periodistas, editores, fotógrafos, trabajadores de las imprentas marchamos al centro de la ciudad, bloqueamos las principales avenidas, le fregamos la vida a miles de capitalinos y obtuvimos lo que queríamos: en una gran ceremonia cerraron Internet y nos regresaron nuestras adoradas revistas.
Bueno… reconozco que lo que en verdad ocurrió fue una tanto distinto.
En realidad en esos tiempos, de forma personal, decidí emigrar a Internet y desde esos entonces he estado involucrado en varios proyectos con todo tipo de resultados. Tuve que cambiar mi forma de trabajar, de hacer las cosas y, aunque no fue fácil, puedo presumir que aquí sigo.
Lo que ahora le está ocurriendo a los taxistas le ha pasado a mucha gente; tal vez ellos no quieran recordarlo, pero es por su culpa que los dueños de carretas y diligencias fueron a la quiebra.
La tecnología evoluciona y con ella cambia la forma de hacer las cosas. Mucha gente puede sufrir de las consecuencias, pero también mucha gente trata de adaptarse a las nuevas circunstancias.
Así es la cosa.
Por supuesto que el paso ya se ha dado y las app de transporte ya son una realidad que muy difícilmente podrá ser retirada, aunque los taxistas apliquen la estrategia de agredir a su base de usuarios para exigir derechos que no les son exclusivos.