Por qué los humanoides actuales no aprenderán destreza (y por qué eso importa)
En medio del entusiasmo global por la inteligencia artificial y la robótica, hay una figura que se atreve a cuestionar las promesas más audaces del sector: Rodney Brooks. En su artículo “Why Today’s Humanoids Won’t Learn Dexterity”, Brooks desmonta la idea de que los robots humanoides pronto podrán igualar la destreza manual de los humanos. Su análisis no solo es técnico, sino profundamente filosófico: ¿qué significa realmente manipular el mundo con precisión, y por qué no basta con ver para aprender a tocar?
¿Quién es Rodney Brooks?
Rodney Brooks es un pionero de la robótica e inteligencia artificial. Cofundador de iRobot (creadores del famoso Roomba) y de Rethink Robotics (responsables de los robots Baxter y Sawyer), Brooks también dirigió el Laboratorio de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial (CSAIL) del MIT. Su trabajo ha influido en el desarrollo de robots autónomos, sistemas de visión artificial y modelos de comportamiento inteligente. Más allá de sus credenciales académicas, Brooks es un pensador provocador que combina experiencia técnica con una mirada crítica sobre el futuro de la tecnología.
La promesa de los humanoides
Empresas como Tesla y Figure han invertido miles de millones en el desarrollo de robots humanoides capaces de realizar tareas humanas en entornos humanos. La idea es seductora: en lugar de diseñar robots especializados para cada tarea, ¿por qué no construir uno que pueda hacerlo todo, como nosotros? Elon Musk ha llegado a afirmar que su robot Optimus podría generar hasta 30 billones de dólares en ingresos, convirtiéndose en “el producto más grande del mundo”.
Pero Brooks advierte que esta visión es fantasiosa. Para que los humanoides sean realmente útiles, deben dominar la manipulación física con una destreza comparable a la humana. Y eso, según él, está lejos de lograrse.
El problema de la destreza
Manipular objetos con precisión no es trivial. Desde los primeros intentos en los años 60, los robots han utilizado “grippers” (pinzas) de dos dedos, sistemas de succión y mecanismos rudimentarios para agarrar objetos. Aunque se han desarrollado manos robóticas con múltiples articulaciones, ninguna ha demostrado una destreza generalizable. Brooks señala que los videos que muestran robots realizando tareas específicas son engañosos: no pueden replicar esas acciones en contextos distintos.
La clave está en el sentido del tacto. Los humanos contamos con miles de receptores en nuestras manos que nos permiten ajustar la fuerza, detectar texturas, anticipar movimientos y corregir errores en tiempo real. Brooks cita estudios que demuestran cómo la anestesia en las yemas de los dedos reduce drásticamente la capacidad de manipulación. Sin ese feedback táctil, incluso tareas simples como encender un fósforo se vuelven torpes y lentas.
¿Y el aprendizaje automático?
Muchos investigadores apuestan por el aprendizaje profundo (deep learning) como solución. La idea es entrenar robots viendo videos de humanos realizando tareas, o mediante teleoperación. Pero Brooks señala que esto ignora la complejidad del tacto y la fuerza. Sin sensores adecuados ni datos de calidad, los modelos de aprendizaje solo imitan movimientos superficiales, sin comprender las sutilezas que hacen posible la destreza.
Además, Brooks argumenta que los grandes avances en IA—como el reconocimiento de voz, la visión por computadora y los modelos de lenguaje—no fueron fruto de aprendizaje puro, sino de una cuidadosa ingeniería previa. En cada caso, hubo una etapa de procesamiento que imitaba estructuras humanas (como la organización del ojo o el oído) antes de aplicar el aprendizaje. En el caso del tacto, esa infraestructura aún no existe.
El otro gran obstáculo: caminar
Más allá de las manos, los humanoides enfrentan otro desafío crítico: caminar de forma segura. Los robots actuales utilizan motores eléctricos y algoritmos como ZMP (Zero-Moment Point) para mantener el equilibrio. Pero cuando caen, lo hacen con una fuerza peligrosa. Brooks advierte que los robots de tamaño humano pueden ser letales si colisionan con una persona. La física no perdona: al escalar el tamaño de un robot, su masa y energía cinética aumentan exponencialmente.
Por eso, recomienda mantener al menos tres metros de distancia de cualquier robot bípedo en movimiento. Y señala que, aunque los robots pequeños parecen seguros, no se puede extrapolar esa seguridad a versiones más grandes sin rediseñar completamente su arquitectura.
¿Qué futuro nos espera?
Brooks no niega que habrá robots humanoides en el futuro. Pero sostiene que no se parecerán a los que hoy se están construyendo. Tendrán ruedas en lugar de piernas, grippers en lugar de manos, sensores no humanos y formas adaptadas a tareas específicas. Aun así, seguirán llamándose “humanoides”, porque el término se adaptará a las expectativas del mercado.
En su visión, los robots verdaderamente útiles serán aquellos que se diseñen con propósito, no con apariencia. Y para lograr destreza real, será necesario invertir en investigación básica sobre el tacto, la fuerza, la planificación motora y la interacción multisensorial. No basta con ver: hay que sentir, anticipar y adaptarse.
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El artículo de Brooks es una llamada de atención en medio del ruido mediático. Nos recuerda que la inteligencia no es solo cálculo, sino experiencia encarnada. Que la destreza no se aprende viendo, sino tocando. Y que el futuro de la robótica no está en replicar al humano, sino en entender lo que hace posible nuestra habilidad para transformar el mundo con las manos.
En tiempos donde la promesa tecnológica se confunde con la realidad, voces como la de Rodney Brooks son esenciales. Nos invitan a pensar más allá del hype, a cuestionar los modelos dominantes y a imaginar un futuro donde la robótica sea útil, segura y verdaderamente inteligente.